Tres meses después…
Eran las
tres de la madrugada cuando la familia Lowell llegó a las fábricas y se encontró a otros obreros descargando
distintos tipos de máquinas de un montón de enormes camiones.
Donde
trabajaban ellos, la industria textil, colocaron una máquina que decían que se
llamaba Lanzadera Volante. La había inventado un tal Kay. Eric era pobre pero
no tonto, así que tenía el presentimiento de que ese tal Kay y su Lanzadera
Volante iba a empeorar su trabajo. Y no sólo en la fábrica en la que él
trabajaba, sino también en el sector del hilado, con la máquina Spinning Jenny
de un tal Hargreaves y la Water Frame de Arkwright.
Confirmó su
presentimiento cuando los jefes les dijeron que esas máquinas sustituirían el
trabajo de muchos de ellos, los obreros, ya que solo una persona podría manejar
ocho o más carretes a la vez. Cuando acabaron de decir esto, sólo se oyó
murmullos de desesperación por parte de los trabajadores y una carcajada por
parte de uno de los patrones.
Inmediatamente
después, los trabajadores, aún ensimismados, tuvieron que empezar a trabajar.
Cecilia se
quedó un rato mirando la máquina, atónita. Tanto a ella como a las demás
mujeres, les costó adaptarse al trabajo de la fábrica, ya que estaban
acostumbradas a las herramientas rurales.
Dos semanas después…
Al salir de
la fábrica, todos estaban pálidos, raquíticos y con ojeras. Eric y Alexia se
habían quedado sin sus zapatos. Thomas le había dado uno de los suyos a su
hermano Gaby porque los había roto por completo. Cecilia, que estaba
embarazada, andaba agarrada de Eric. Todos
iban muy cansados, en especial Hans, que casi no podía respirar.
Cuando
llegaron a su diminuta casa, se pusieron en la mesa alrededor de un plato de leche
con patatas y un trocito de tocino. La comida no era suficiente para seis
personas y otra que venía en camino. Si es que llegaba…
Eric decidió
que ese día no comería. Y no porque no tuviera hambre, sino porque prefería
dejar que se lo comieran sus hijos y esposa. Sobre todo su esposa, que tenía
que alimentar dos bocas a la vez. La criatura que llevaba dentro tenía que
nacer, les hacía muchísima falta. ¡Ya, lo sabían! Eran otro miembro que
alimentar pero si conseguía crecer, superando las enfermedades y epidemias,
tendrían otro sueldo y más posibilidades de sobrevivir.
Hans tampoco
comió. No se encontraba bien y no paraba de toser. Estaba tumbado en el suelo.
Los nietos
se pusieron a su lado. Alexia le cogió la mano, la cual estaba fría, y pronunció con
miedo:
-¿Abuelo?
-A.. abue..
abue..lo- dijo el más pequeño de la familia. Se rió y empezó a dar palmas con
sus pequeñas manos.
–¡Abuelo!
-¡Mamá! Bobby
ha dicho su primera palabra –dijo Thomas sonriendo.
La madre, contenta,
se acercó a su pequeño y lo abrazó. Pero pronto se dio cuenta de que algo no
iba bien.
Hans no
respiraba y hacía rato que había dejado de toser. Eric estaba a su lado de
rodillas, con la mirada fija en su padre. No tenía expresión en la cara, sólo
lloraba.
-¡Abuelo,
abuelo, abuelo!- repetía Bobby, feliz y ajeno a lo que estaba pasando, mientras
que su familia lloraba.
¡Ironías de
la vida! Mientras que el pequeño no paraba de pronunciar su primera palabra, el
abuelo ya no lo estaba escuchando.
Al día siguiente…
Cuando la
familia Lowell llegó a su casa después de trabajar, se dieron cuenta de que la
mujer y el hombre que convivía con ellos estaban sentados en la mesa llorando y
cogidos de la mano.
John, que
así se llamaba el hombre, se levantó al ver entrar a Eric con su familia. Ambos
se quedaron mirándose y luego, miraron a sus respectivas mujeres.
-¿Qué
pasa?-se atrevió a preguntar Cecilia, que tuvo que sentarse por su estado.
John y su
mujer se volvieron a mirar.
-El patrón
me ha dicho que ya no hago falta –suspiró–, por desgracia, no he sido el único.
La mujer,
que le faltaba poco para dar a luz,
sollozó tapándose la cara con las manos. El marido le acarició la espalda
suspirando y con las lágrimas caídas.
Después de
esto, la casa se inundó de un silencio absoluto y Thomas entendió ahora por qué
se había encontrado al hijo de esta familia mendigando en la calle.
Estoy cogiendo con demasiadas ganas el verano y apenas tengo tiempo para el blog, y para vosotros... me da muchísima rabia! Y cuando tengo un ratin para entrar me da pereza coger el ordenador (tan calentito) con este precioso tiempo (ironiamodoON) que hace que me derrita como un helado. Pero bueno! Ya estoy aquí, y leyendo la segunda parte de este relato que me tiene un tanto enganchada. Tan dura como la vida misma... en el mismo instante que el pequeñín dice sus primeras palabras, es el mismo instante en el que su abuelo los deja. Parece ser una historia muy triste, pero sin embargo me gusta leerla. Supongo que será porque estoy a la espera de que después de tanta tormenta venga un poco de paz. Ya tu sabes!
ResponderEliminar- sonríe eternamente -
Sigo en la tónica de lo que te dije en el primer capítulo.
ResponderEliminarEs muy triste y vergonzoso que todo lo que cuentas en esta historia, haya pasado. Que haya habido periodos de la ¿humanidad? que se haya tratado a la gente como simples máquinas de trabajo (aunque en la actualidad la situación no es tan diferente, pero se ha sabido maquillar bien) y que no hubiera ningún de protección, sobre todo a favor de los niños, los más débiles.
Ha sido emotivo y tierno el hecho de las palabras primeras Bobby, puede interpretarse de muchas formas. Como un acto de crueldad en el que el comienzo de algo suponga el fin de otro algo. O como un acto que refleja que la vida es una línea de claroscuros y que en la oscuridad más absoluta (hambre, pobreza, miseria, ausencia de lo básico), tiene cabida la ilusión innata del ser humano, sobre todo si no ha sido contaminado aún por la crueldad del mundo. Tenga el significado que tenga la marcha del abuelo y las palabras del bebé, ha sido muy tierno imaginar la historia, emotivo y los de lágrima fácil (como yo) ha sentido cierta humedad caer por la mejilla.
El final del capítulo me ha vuelto a traer al presente. Yo no sé dónde irá a parar el mundo si dejamos que las máquinas sigan haciendo el trabajo y la población siga creciendo. Quiero ser optimista y al menos, tengo la certeza de que al menos, hemos conseguido que haya cierto tipo de protección contra estas situaciones de desamparo que se han producido en nuestro tiempo.
Lo que está fuera de toda duda es que este relato refleja bien la época de la Revolución Industrial, el éxodo masivo del campo a la ciudad en busca de oportunidades y que dio comienzo a muchos casos de pesadillas. Y también puede ser un aviso para navegantes este periodo de la Historia. Al final los opresores recibieron la cosecha que sembraron y ¿quién sabe? Quizá estemos, inconscientemente, reescribiendo la historia...