Un mes después…
La fábrica
cerró sus puertas con todos los
trabajadores dentro. Justo cuando se cerró, un obrero llegó. Eric escuchó que
le dejaban pasar pero no le pagaría el salario de ese día, por llegar tarde. El
hombre entró maldiciendo y sollozando porque no tendría nada que dar de comer a
sus cinco hijos cuando llegara a su casa a las 12 de la noche.
Eric suspiró, agachó la cabeza y siguió
trabajando.
En este mes
que ha pasado, la casa de los Lowell estuvo de todo menos tranquila.
La mujer de
John dio a luz. Pero no se oyen llantos en la casa, sino en la mente de este
pobre chico. Le invade la tristeza, como no podía ser de otra forma, porque ni
su bebé que venía de camino ni la madre, sobrevivieron al parto.
Un día,
Cecilia y su familia estaban en la mesa con un plato de judías secas y un trozo
de pan.
John miraba
la poca comida que tenía la familia Lowell. Eric, que se había dado cuenta de
que John estaba mirando la comida, le dijo con los ojos llorosos y cara triste:
-Lo siento –maldijo
el no poder darle nada para llevarse a la boca.
-No te
preocupes –le contestó después de hacer una mueca de tristeza.
Eric,
Cecilia y sus hijos se quedaron mirando como John se levantaba del suelo y se
llevaba a su hijo de 9 años a la calle. Todos sabían que no iban a jugar.
Se escuchaba
por el barrio que dos personas más, se habían muerto en la fábrica por haber
trabajado jornadas largas con poca
ventilación.
Cinco meses después…
Cecilia
había trabajado en la fábrica hasta el último día antes del parto.
Nació viva y
la llamaron Hope.
Como no
podía dejarla con nadie, se la tuvo que llevar a la fábrica.
Estuvo
trabajando con ella en brazos, llorando porque sabía que el ambiente no era
bueno para nadie, pero menos para una recién nacida.
Mientras
trabajaba repetía una y otra vez ‘Hope’, con la vista nublada y la cara llena
de lágrimas. Esperanza, por un cambio positivo en sus vidas.
Pero eran
pobres y no había leyes de protección. Los jefes mandaban. Y como ellos
mandaban, Cecilia no pudo limpiar a su bebé cuando se orinó en esa fábrica
mugrienta.
Hope llegó a
su casa sucia y con infección en la piel.
La mujer de
Eric lloró toda la noche pensando que a la mañana siguiente, se la tendría que
volver a llevar a la fábrica. Así fue y regresó prácticamente muerta. A la
infección de piel, se le había unido la inhalación de dióxido de carbono y, como
no había descanso, no podía darle de mamar a su niña, estaba desnutrida.
Lo ideal
hubiera sido que llamaran a un médico por si todavía no era demasiado tarde.
Pero, ¿con qué dinero le pagaría al médico si apenas podrían sobrevivir ellos?
Unos meses después…
Eric regresó
de la taberna como cada domingo y se encontró a su mujer llorando.
-Ey, Ceci, ¿qué
pasa?
-¿Que qué
pasa? ¿Que qué pasa? ¿Y tú me preguntas qué me pasa? –Su mujer estaba empezando
a levantar la voz y a sobresaltarse– Eric, ¡maldita sea! Los niños están
hambrientos y no puedo darles nada porque ¡no tenemos ni una miga de pan!
Eric se
quedó sorprendido y se quedó un momento sin reaccionar. Nunca había visto a su
mujer tan alterada.
-No hay pan,
no hay nada –repetía Cecilia una y otra vez. Parecía que estaba al borde de la
locura.
Su marido se
le acercó, despacio por si le daba otro ataque y le daba por coger un cuchillo.
La abrazó mientras ella miraba un punto fijo de la habitación.
-¡Hope! Hope
está llorando. Se ha orinado, ¡tengo que limpiarla! –Dijo Cecilia mientras se
alejaba de su marido–. Tengo que limpiarla antes de que…
Pero Eric, con
los ojos llenos de lágrimas, la cogió por los brazos y terminó la frase que
ella había empezado:
-Antes de
que nada, cariño. Porque Hope está muerta. No está con nosotros. Ya no.
¿Recuerdas? –le hablaba bajito.
Cecilia
negaba con la cabeza. No quería admitirlo. Llevaba meses sin querer admitirlo.
Eric le dio
un beso a su mujer y luego, la volvió a abrazar. Poco a poco, Cecilia se fue
calmando.
En ese momento,
los hijos, que habían presenciado la escena, se levantaron del suelo y
corrieron a abrazar a sus padres.
Puede que no
tuvieran comida, puede que hubiera muchas muertes, puede que les invadiera la
tristeza y la locura, pero también tenían AMOR. Y, es eso lo que mantiene unida
a las familias ¿no? El amor en los malos momentos. ¿Os imagináis que no lo
hubiera en este barrio? El ambiente sería aún más negro de lo que es. Más cargado,
mucho más triste. No habría destellos de luz.
Hola princesa bonita ^_^.
ResponderEliminarEsto es un reflejo exacto de la crueldad humana. La desesperanza que pintas es real y sigue siendo verdad en este mundo presente. Las condiciones de trabajo, si bien han mejorado y son menos tóxicas, sigue habiendo trabajos peligrosos y zonas donde escasea la seguridad.
Es un capítulo muy triste, princesa. Como aquella época donde tantas personas no pudieron seguir mientras otras no tenían forma humana ni inhumana de gastar su riqueza. El final del capítulo ofrece luz a tanta tristeza. Y da la llave a la puerta de salida para ir con pasos lentos, con mucha voluntad y seguro que superar todos los obstáculos. El amor, esa fuerza invencible que es capaz de pintar de rosa el color negro, que es capaz de ayudarte a superar el infierno y que siendo lo único que queda cuando no se tiene nada, es lo más valioso que el ser humano guarda en su interior. Y aquí está expresado de una forma brillante. ¡Enhorabuena!
Que tengas una noche tan bonita como tú y llena de sueños cumplidos ^_^.